PONTIFICIA ACADEMIA PRO VITA
REFLEXIONES SOBRE LA
CLONACIÓN
NOTAS HISTÓRICAS
Los progresos del conocimiento y los consiguientes avances de la
técnica en el campo de la biología molecular, la genética y la fecundación
artificial han hecho posibles, desde hace tiempo, la experimentación y la
realización de clonaciones en el ámbito vegetal y animal.
Por lo que atañe al reino animal se ha tratado, desde los años treinta,
de experimentos de producción de individuos idénticos, obtenidos por
escisión gemelar artificial, modalidad que impropiamente se puede definir
como clonación.
La práctica de la escisión gemelar en campo zootécnico se está
difundiendo en los establos experimentales como incentivo a la producción
múltipla de dados ejemplares seleccionados.
En el año 1993 Jerry Hall y Robert Stilmann, de la George Washington
University, divulgaron datos relativos a experimentos de escisión
gemelar (splitting) de embriones humanos de 2, 4 y 8 embrioblastos,
realizados por ellos mismos. Se trató de experimentos llevados a cabo sin
el consentimiento previo del Comité ético competente y publicados —según
los autores— para avivar la discusión ética.
Sin embargo, la noticia dada por la revista Nature —en su número
del 27 de febrero de 1997— del nacimiento de la oveja Dolly, llevado a
cabo por los científicos escoceses Jan Vilmut y K.H.S. Campbell con sus
colaboradores del Roslin Institute de Edimburgo, ha sacudido la
opinión pública de modo excepcional y ha provocado declaraciones de
comités y de autoridades nacionales e internacionales, por ser un hecho
nuevo, considerado desconcertante.
La novedad del hecho es doble. En primer lugar, porque se trata no de
una escisión gemelar, sino de una novedad radical definida como clonación,
es decir, de una reproducción asexual y agámica encaminada a producir
individuos biológicamente iguales al individuo adulto que proporciona el
patrimonio genético nuclear. En segundo lugar, porque, hasta ahora, la
clonación propiamente dicha se consideraba imposible. Se creía que el DNA
de las células somáticas de los animales superiores, al haber sufrido ya
el imprinting de la diferenciación, no podía en adelante recuperar
su completa potencialidad original y, por consiguiente, la capacidad de
guiar el desarrollo de un nuevo individuo.
Superada esta supuesta imposibilidad, parecía que se abría el camino a
la clonacíon humana, entendida como réplica de uno o varios individuos
somáticamente idénticos al donante.
El hecho ha provocado con razón agitación y alarma. Pero, después de un
primer momento de oposición general, algunas voces han querido llamar la
atención sobre la necesidad de garantizar la libertad de investigación y
de no condenar el progreso; incluso se ha llegado a hablar de una futura
aceptación de la clonación en el ámbito de la Iglesia católica.
Por eso, ahora que ha pasado un cierto tiempo y que es está en un
período más tranquilo, conviene hacer un atento examen de este hecho,
estimado como un acontecimiento desconcertante.
2
EL HECHO BIOLÓGICO
La clonación, considerada en su dimensión biológica, en cuanto
reproducción artificial, se obtiene sin la aportación de los dos gametos;
se trata, por tanto, de una reproducción asexual y agámica. La fecundación
propiamente dicha es sustituida por la fusión bien de un núcleo
tomado de una célula somática misma, con un ovocito desnucleado, es decir,
privado del genoma de origen materno. Dado que el núcleo de la célula
somática contiene todo el patrimonio genético, el individuo que se obtiene
posee —salvo posibles alteraciones— la misma identidad genética del
donante del núcleo. Esta correspondencia genética fundamental con el
donante es la que convierte al nuevo individuo en réplica somática o copia
del donante.
El hecho de Edimburgo tuvo lugar después de 277 fusiones ovocito-núcleo
donante. Sólo 8 tuvieron éxito; es decir, sólo 8 da las 277 iniciaron el
desarrollo embrional, y de esos 8 embriones sólo 1 llegó a nacer: la oveja
que fue llamada Dolly.
Quedan muchas dudas e incertidumbres sobre numerosos aspectos de la
experimentación. Por ejemplo, la posibilidad de que entre las 277 células
donantes usadas hubiera algunas « estaminales », es decir, dotadas de un
genoma no totalmente diferenciado; el papel que puede haber tenido el DNA
mitocondrial eventualmente residuo en el óvulo materno; y muchas otras
aún, a las que, desgraciadamente, los investigadores ni siquiera han hecho
referencia. De todos modos, se trata de un hecho que supera las formas de
fecundación artificial conocidas hasta ahora, las cuales se realizan
siempre utilizando dos gametos.
Debe subrayarse que el desarrollo de los individuos obtenidos por
clonación —salvo eventuales mutaciones, que podrían no ser pocas— debería
producir una estructura corpórea muy semejante a la del donante del DNA:
este es el resultado más preocupante, especialmente en el caso de que el
experimento se aplicase también a la especie humana.
Con todo, conviene advertir que, en la hipótesis de que la clonación se
quisiera extender a la especie humana, de esta réplica de la estructura
corpórea no se derivaría necesariamente una perfecta identidad de la
persona, entendida tanto en su realidad ontológica como psicológica. El
alma espiritual, constitutivo esencial de cada sujeto perteneciente a la
especie humana, es creada directamente por Dios y no puede ser engendrada
por los padres, ni producida por la fecundación artificial, ni clonada.
Además, el desarrollo psicológico, la cultura y el ambiente conducen
siempre a personalidades diversas; se trata de un hecho bien conocido
también entre los gemelos, cuya semejanza no significa identidad. La
imaginación popular y la aureola de omnipotencia que acompaña a la
clonación han de ser, al menos, relativizadas.
A pesar de la imposibilidad de implicar al espíritu, que es la fuente
de la personalidad, la proyección de la clonación al hombre ha llevado a
imaginar ya hipótesis inspiradas en el deseo de omnipotencia: réplica de
individuos dotados de ingenio y belleza excepcionales; reproducción de la
imagen de familiares difuntos; selección de individuos sanos e inmunes a
enfermedades genéticas; posibilidad de selección del sexo; producción de
embriones escogidos previamente y congelados para ser transferidos
posteriormente a un útero como reserva de órganos, etc.
Aún considerando estas hipótesis como ciencia ficción, pronto podrían
aparecer propuestas de clonación presentadas como « razonables » y «
compasivas » —la procreación de un hijo en una familia en la que el padre
sufre de aspermia o el reemplazo del hijo moribundo de una viuda—, las
cuales, se diría, no tienen nada que ver con las fantasías de la ciencia
ficción.
Pero, ¿cuál sería el significado antropológico de esta operación en la
deplorable perspectiva de su aplicación al hombre?
3
PROBLEMAS
ÉTICOS RELACIONADOS
CON LA CLONACIÓN HUMANA
La clonación humana se incluye en el proyecto del eugenismo y, por
tanto, está expuesta a todas las observaciones éticas y jurídicas que lo
han condenado ampliamente. Como ha escrito Hans Jonas, es « en el método
la forma más despótica y, a la vez, en el fin, la forma más esclavizante
de manipulación genética; su objetivo no es una modificación arbitraria de
la sustancia hereditaria, sino precisamente su arbitraria fijación
en oposición a la estrategia dominante en la naturaleza » (cf. Cloniamo
un uomo: dall'eugenetica all'ingegneria genetica, en Tecnica,
medicina ed etica, Einaudi, Torino 1997, pp. 122-154, 136).
Es una manipulación radical de la relacionalidad y complementariedad
constitutivas, que están en la base de la procreación humana, tanto en su
aspecto biológico como en el propiamente personal. En efecto, tiende a
considerar la bisexualidad como un mero residuo funcional, puesto que se
requiere un óvulo, privado de su núcleo, para dar lugar al embrión-clon y,
por ahora, es necesario un útero femenino para que su desarrollo pueda
llegar hasta el final. De este modo se aplican todas las técnicas que se
han experimentado en la zootecnia, reduciendo el significado específico de
la reproducción humana.
En esta perspectiva se adopta la lógica de la producción industrial: se
deberá analizar y favorecer la búsqueda de mercados, perfeccionar la
experimentación y producir siempre modelos nuevos.
Se produce una instrumentalización radical de la mujer, reducida a
algunas de sus funciones puramente biológicas (prestadora de óvulos y de
útero), a la vez que se abre la perspectiva de una investigación sobre la
posibilidad de crear úteros artificiales, último paso para la producción «
en laboratorio » del ser humano.
En el proceso de clonación se pervierten las relaciones fundamentales
de la persona humana: la filiación, la consanguinidad, el parentesco y la
paternidad o maternidad. Una mujer puede ser hermana gemela de su madre,
carecer de padre biológico y ser hija de su abuelo. Ya con la FIVET se
produjo una confusión en el parentesco, pero con la clonación se llega a
la ruptura total de estos vínculos.
Como en toda actividad artificial se « emula » e « imita » lo que
acontece en la naturaleza, pero a costa de olvidar que el hombre no se
reduce a su componente biológico, sobre todo cuando éste se limita a las
modalidades reproductivas que han caracterizado sólo a los organismos más
simples y menos evolucionados desde el punto de vista biológico.
Se alimenta la idea de que algunos hombres pueden tener un dominio
total sobre la existencia de los demás, hasta el punto de programar su
identidad biológica —seleccionada sobre la base de criterios arbitrarios o
puramente instrumentales—, la cual, aunque no agota la identidad personal
del hombre, caracterizada por el espíritu, es parte constitutiva de la
misma. Esta concepción selectiva del hombre tendrá, entre otros efectos,
un influjo negativo en la cultura, incluso fuera de la práctica
—numéricamente reducida— de la clonación, puesto que favorecerá la
convicción de que el valor del hombre y de la mujer no depende de su
identidad personal, sino sólo de las cualidades biológicas que pueden
apreciarse y, por tanto, ser seleccionadas.
La clonación humana merece un judicio negativo también en relación a la
dignidad de la persona clonada, que vendrá al mundo como « copia » (aunque
sea sólo copia biológica) de otro ser. En efecto, esta práctica propicia
un íntimo malestar en el clonado, cuya identidad psíquica corre serio
peligro por la presencia real o incluso sólo virtual de su « otro ».
Tampoco es imaginable que pueda valer un pacto de silencio, el cual —como
ya notaba Jonas— sería imposible y también inmoral, dado que el clonado
fue engendrado para que se asemejara a alguien que « valía la pena »
clonar y, por tanto, recaerán sobre él atenciones y expectativas no menos
nefastas, que constituirán un verdadero atentado contra su subjetividad
personal.
Si el proyecto de clonación humana pretende detenerse « antes » de la
implantación en el útero, tratando de evitar al menos algunas de las
consecuencias que acabamos de señalar, resulta también injusto desde un
punto de vista moral.
En efecto, limitar la prohibición de la clonación al hecho de impedir
el nacimiento de un niño clonado permitiría de todos modos la clonación
del embrión-feto, implicando así la experimentación sobre embriones y
fetos, y exigiendo su supresión antes del nacimiento, lo cual manifiesta
un proceso instrumental y cruel respecto al ser humano.
En todo caso, dicha experimentación es inmoral por la arbitraria
concepción del cuerpo humano (considerado definitivamente como una máquina
compuesta de piezas), reducido a simple instrumento de investigación. El
cuerpo humano es elemento integrante de la dignidad y de la identidad
personal de cada uno, y no es lícito usar a la mujer para que proporcione
óvulos con los cuales realizar experimentos de clonación.
Es inmoral porque también el ser clonado es un « hombre », aunque sea
en estado embrional.
En contra de la clonación humana se pueden aducir, además, todas las
razones morales que han llevado a la condena de la fecundación in
vitro en cuanto tal o al rechazo radical de la fecundación in
vitro destinada sólo a la experimentación.
El proyecto de la « clonación humana » es una terrible consecuencia a
la que lleva una ciencia sin valores y es signo del profundo malestar de
nuestra civilización, que busca en la ciencia, en la técnica y en la «
calidad de vida » sucedáneos al sentido de la vida y a la salvación de la
existencia.
La proclamación de la « muerte de Dios », con la vana esperanza de un «
superhombre », comporta un resultado claro: la « muerte del hombre ». En
efecto, no debe olvidarse que el hombre, negando su condición de criatura,
más que exaltar su libertad, genera nuevas formas de esclavitud, nuevas
discriminaciones, nuevos y profundos sufrimientos. La clonación puede
llegar a ser la trágica parodia de la omnipotencia de Dios. El hombre, a
quien Dios ha confiado todo lo creado dándole libertad e inteligencia, no
encuentra en su acción solamente los límites impuestos por la
imposibilidad práctica, sino que él mismo, en su discernimiento entre el
bien y el mal, debe saber trazar sus propios confines. Una vez más, el
hombre debe elegir: tiene que decidir entre transformar la tecnología en
un instrumento de liberación o convertirse en su esclavo introduciendo
nuevas formas de violencia y sufrimiento.
Es preciso subrayar, una vez más, la diferencia que existe entre la
concepción de la vida como don de amor y la visión del ser humano
considerado como producto industrial.
Frenar el proyecto de la clonación humana es un compromiso moral que
debe traducirse también en términos culturales, sociales y legislativos.
En efecto, el progreso de la investigación científica es muy diferente de
la aparición del despotismo cientifista, que hoy parece ocupar el lugar de
las antiguas ideologías. En un régimen democrático y pluralista, la
primera garantía con respecto a la libertad de cada uno se realiza en el
respeto incondicional de la dignidad del hombre, en todas las fases de su
vida y más allá de las dotes intelectuales o físicas de las que goza o de
las que está privado. En la clonación humana no se da la condición que es
necesaria para una verdadera convivencia: tratar al hombre siempre y en
todos los casos como fin y como valor, y nunca como un medio o simple
objeto.
4
ANTE
LOS DERECHOS DEL HOMBRE
Y LA LIBERTAD DE
INVESTIGACIÓN
En el ámbito de los derechos humanos, la posible clonación humana
significaría una violacíon de los dos principios fundamentales en los que
se basan todos los derechos del hombre: el principio de igualdad entre los
seres humanos y el principio de no discriminación.
Contrariamente a cuanto pudiera parecer a primera vista, el principio
de igualdad entre los seres humanos es vulnerado por esta posible forma de
dominación del hombre sobre el hombre, al mismo tiempo que existe una
discriminación en toda la perspectiva selectiva-eugenista inherente en la
lógica de la clonación. La Resolución del Parlamento Europeo del 12 de
marzo de 1977 reafirma con energía el valor de la dignidad de la persona
humana y la prohibición de la clonación humana, declarando expresamente
que viola estos dos principios. El Parlamento Europeo, ya desde 1983, así
como todas las leyes que han sido promulgadas para legalizar la
procreación artificial, incluso las más permisivas, siempre han prohibido
la clonación. Es preciso recordar que el Magisterio de la Iglesia, en la
Instrucción de 1987, ha condenado la hipótesis de la clonación humana,
de la fisión gemelar y de la partenogénesis. Las razones que fundamentan
el carácter inhumano de la clonación aplicada al hombre no se deben al
hecho de ser una forma excesiva de procreación artificial, respecto a
otras formas aprobadas por la ley como la FIVET y otras.
Como hemos dicho, la razón del rechazo radica en la negación de la
dignidad de la persona sujeta a clonación y en la negación misma de la
dignidad de la procreación humana.
Lo más urgente ahora es armonizar las exigencias de la investigación
científica con los valores humanos imprescindibles. El científico no puede
considerar el rechazo moral de la clonación humana como una ofensa; al
contrario, esta prohibición devuelve la dignidad a la investigación,
evitando su degeneración demiúrgica. La dignidad de la investigación
científica consiste en ser uno de los recursos más ricos para el bien de
la humanidad.
Por lo demás, la investigación sobre la clonación tiene un espacio
abierto en el reino vegetal y animal, siempre que sea necesaria o
verdaderamente útil para el hombre o los demás seres vivos, observando las
reglas de la conservación del animal mismo y la obligación de respetar la
biodiversidad específica.
La investigación científica en beneficio del hombre representa una
esperanza para la humanidad, encomendada al genio y al trabajo de los
científicos, cuando tiende a buscar remedio a las enfermadades, aliviar el
sufrimiento, resolver los problemas debidos a la insuficiencia de
alimentos y a la mejor utilización de los recursos de la tierra.
Para hacer que la ciencia biomédica mantenga y refuerce su vínculo con
el verdadero bien del hombre y de la sociedad, es necesario fomentar —como
recuerda el Santo Padre en la Encíclica Evangelium
vitae— una « mirada contemplativa » sobre el hombre mismo y sobre
el mundo, como realidades creadas por Dios, y en el contexto de la
solidaridad entre la ciencia, el bien de la persona y de la sociedad.
« Es la mirada de quien ve la vida en su profundidad, percibiendo sus
dimensiones de gratuidad, belleza, invitación a la libertad y a la
responsabilidad. Es la mirada de quien no pretende apoderarse de la
realidad, sino que la acoge como un don, descubriendo en cada cosa el
reflejo del Creador y en cada persona su imagen viviente » (Evangelium
vitae, 83).
Prof. Juan de Dios Vial Correa
Presidente
Mons. Elio Sgreccia
Vice-Presidente